Una fiebre se pronuncia,
sumergida entre el polvo
una evocación que desvanece la furia
y en alzar siembra diurnos destellos,
la palabra pasa y se va hasta los huesos
nos ha tocado vivir donde los otros picotean la belleza,
donde la espera es un código posible,
en un largo recorrido donde las huellas arden.
El silencio ¿Sera la respuesta?
el vértigo me arropa cuando se habla de infinito,
el lenguaje es un astro que toca las sombras,
sabe nuestras debilidades y nuestros puntos flacos,
las ideas y el miedo pueden asomarse
y sin embargo, la música
el crepúsculo secreto que alivia la cicatriz.
La balanza de la vida y su dureza,
nos acercan a la muerte,
todo oleaje se vuelve terrestre,
y hace que la sangre renuncie
sin embargo…. La música.
La piel se ríe en las noches salvajes,
dentro de una palabra ancha
que observa los días
a favor del tiempo, a favor de la lluvia,
todo brota en un temblor tardío.
La sustancia se vuelve espejo por donde cruzar,
las flores mortales bordean el crepúsculo,
la tinta verdes luciérnagas
que arquean el rumbo de nuestra navegación
la vida sutileza profunda que nos acuchilla
pero también nos sana.
Ahora la tranquilidad trae consigo escasa suerte,
habrá que jugar frente a la estirpe de los errores,
doblegar el fuego incesante de los días,
la única certeza que duerme en nuestros brazos,
se escapa al mar siempre al mar como una Sirena.
Natalia Correa Márquez
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