Pensarte en
el imán oscuro de tu
risa,
entre partículas que quitan el miedo,
enjambre nocturno,
cierro los ojos al mundo
entre resquicios de un deseo
inconcluso,
acechado por la
noche.
Tratando de
exiliar de tu cuerpo
todas
las derrotas que
lo circundan,
para ser
luego lumbre de inagotable
aceite,
que sin
escalas cubra el hambre
y raíces
perdidas de
toda espesura.
Habitar tus
pardos ojos
que son
rebeldes revelaciones,
de mi
tristeza,
que saben tu nombre
y que ahora esta soledad no me amedrenta.
Tomar mis
manos y mi alma rota
y
cocerlas a fuego lento,
en un arpegio que no se acaba nunca,
tomar la melodía
y hacerla pedazos,
desaparecer
justo dentro de las palabras.
Un naufragio
que danza en su
propia sombra y semilla,
un poema
que busca no morirse en
camino,
un cuerpo que extraña la
tierra y sus propios
sedimentos,
porque la vida
nos ha hecho estar sedientos,
nos ha hecho
dinamitar el país y su propia
música,
justo antes
de caer en las
fauces de una loba,
en el liquen dorado de un adiós sin respuesta.
Natalia Correa.
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