Como veneno
que canta en
el diluvio
así vas hecha de
raíces, hecha polvo,
a la
mitad de
tu vida has muerto,
tu
cuerpo dice que
has muerto,
pero su
magma todavía arde
todavía
invoca,
a ese
insaciable cardumen.
Y tus
palabras se abren al mundo
a pesar
de su oscuridad,
alientos que
se esconden
por la
espalda junto a la lengua,
sabiéndose desconocidos
Atesoran una
ofrenda
de recuerdos
compartidos,
de
vitales pulsaciones.
como ritual de
suculentos ríos
y suculentos arpegios.
Con el
mar se humedecen
las
brujas, las sirenas las mujeres libres,
en su voz
llevan el descanso,
la
rebeldía carnada que se aferra a
los ojos,
ciénagas que observan como
entre dos
se
hace el mundo.
Entonces abrimos
los frutos,
rastreamos las
huellas,
Y somos
el elixir, la espina,
que
entre sangre y agua
nos quita el veneno en soledad.
Estas
llamas son ungüento
que tocan paraísos ajenos,
enjambres
dulces y sagrados
de un néctar efímero
envuelto en largas noches,
de
profunda cicatriz.
Él que ama,
a veces también hiere,
Ella
sonora y
taciturna unta su veneno,
lame su
hiel y se cura
sola,
se pierde
entre las palabras
y así resucita.
A
ciegas cada vertebra
se mueve
entre espermas
blanquísimos
de espera
y hambre
los ha matado
el veneno,
mientras él se marcha,
tus
ojos dejan el pasado,
buscas volver a
flote,
él se
hunde, se hunde y desaparece,
pero todas
sabemos que nunca nos
olvida.
Natalia
Correa Márquez.
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