Al poema se le nota
esa exangüe virtud de vivir muriendo,
ese paciente cuerpo en soledad despierto,
la humedad por su paso en la lluvia,
la raíz en sus manos atada a la sombra,
el calor, lo ardiente, lo incierto,
al poema le duelen sus nombres,
cuando pulsa la sangre,
cuando el aire se cuela
por un rojo amanecer.
ese paciente cuerpo en soledad despierto,
la humedad por su paso en la lluvia,
la raíz en sus manos atada a la sombra,
el calor, lo ardiente, lo incierto,
al poema le duelen sus nombres,
cuando pulsa la sangre,
cuando el aire se cuela
por un rojo amanecer.
Roja lucha
invócame,
viento rojo
cúbreme,
roja sirena
bordéame,
rojo sueño
despiértame,
de aquella
muerte que ríe
en tus brazos.
Desiertos y grietas cortaran los labios
cada hueso
abarcara un dolor distinto,
antes de la fiebre
bebe la vida, bebe,
que el diluvio de los muertos ya vuelve.
Siniestros lenguajes trasformaran tus ojos,
desnuda caricia protegerá tu tiempo,
con palabras para soportar lo estéril,
Para entender el luto y conocer el miedo.
Al poema le prenden fuego,
a la mujer la matan,
al hombre lo matan,
las verdades ocultan,
y así el corazón arrebatan.
En tinta roja el poema
cede
sus enigmas
en tinta,
en mar,
en calma,
queda clavado
como espejo celeste,
así une las ausencias
se funde y por fin existe.
El recuerdo
no se muere del todo,
por eso este mar rojo
candente ceniza,
deseo que vierte y convierte
sin ninguna prisa.
Mar rojo…
defiende la historia,
de aquellos tiranos,
de aquellos idiotas.
Natalia Correa.