la geometría de los mares,
como estertores espectrales,
en lo profundo,
palabras que engendran sueño y sirenas
en lo profundo,
entre los puntos cardinales
él nace y es sonriente,
olfatea e ignora, nuestras sombras,
por las paginas sin verbo que se rompen
como crueles atavíos, en brasas compasivas.
Hombre tan mágico, que escribe mi nombre
en un latido idéntico,
sin darme tregua, estrella o destino,
como olas sueltas, mudas son sus manos,
las piedras de su esqueleto han de conversar conmigo,
es música y espuma que a mi lado recobra su memoria,
febriles aguas agazapadas súbitamente,
el amor que hay en él perfora, arrastra,
sin embargo, brilla quieto y vibrante.
Encarna en un abecedario crecido en insomnio,
Y así, me hace edén, latido, reflejo y presencia,
centella de sus noches sin nombrarle.
Oír silencio significa tejer olores,
mientras las estrellas arden,
enorme es el instante donde vuelves hombre,
en negro néctar te ha ido deletreando,
con perlas vagas de aventura
conquista lo inanimado.
Con armas y sed, con crótalos y alas,
se escucha palpitante,
son cúpulas azules su arquitectura,
manantial en flor que se vuelve salado,
oblicua luz en faros que aguardan y guardan futuro,
liquidas raíces que fluyen y duelen
han de alimentarte hombre de mar, hombre real.
Su mundo es ventrículo abierto,
anuncia moradas, conoce los puertos,
trasfiguraciones adentro, vida en colibrí fechada
donde se cuecen los muertos y sus tumbas son de agua.
Natalia Correa.

Foto y edición mia.
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