para inventar el orden de lo mágico,
como ríos bondadosos
que alimentan su caudal diario,
porque ya no basta,
hablar de fiebres y relieves fututos,
vivir apagados entre los ojos y el mundo,
entre noche incompletas tragadas por vacío.
Aún quedan frutos
que se palpan invisibles,
lengua y ser humano
arrancado por la bestia de sus sueños,
tiempo que se quiebra en la conjugación
húmeda de insistir.
Viento de verbo,
que alarga las voces
que la noche madura.
Cuerpo que padece
el simulacro del poema,
mientras encarna un nombre
mientras se conoce al hombre,
que ya no escribe, que ya no ríe,
que ya no vuelve, que ya no existe.
Allá el deseo: frases llenas de cicatrices,
feroces sombras de reflejos vivos,
que transfiguran los vestigios del fantasma
En piel de mundo, en bosque firme.
Porque todo tiende a huir
Mientras surge esa sed,
que nos borra el silencio
desde ahora aire disuelto,
escritura a carne viva
enigma puro del pensamiento.
De vuelta a las señales
que estremecen y aman,
a las entrañas de la muerte
que atraviesan los caminos,
a la risa de piedra, a las bocas festivas
vestidas por la palabra,
mientras un pájaro me mira
y así extiende sus alas.
Natalia Correa.
Foto mía.
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