La palabra se
anida entre mis
huesos,
un dolor húmedo que siempre
vuelve,
se ancla
en el camino
y así
nos hace sobrevivientes
porque no
sólo se huye
del miedo
sino de
lo que más
se ama,
mientras el
aire evoca movimiento
lento y salado.
Una brutal indecisión que cruje
entre los dientes,
una marea
se anuda en nuestros ojos
parece ser
la despedida
los frutos
y las navajas se cuelan
entre los años
y van
hacía el origen
y mientras
tanto la muerte ese
pensamiento baldío
que nos deja
en la orfandad
esta aquí como
pulsación infinita
ni la
rabia ni el desosiego ahora
nos alcanzan
para evitar
las puertas de la
noche
Soledad,
espuma calcinada, roca viva
de puños feroces,
depredadora indomable
te vuelves
una cifra breve
ante la próxima
tormenta.
Hablemos de lo
desnuda que queda
la vida
ante el
dolor,
lo expuesta
que queda la sangre
que bulle,
mientras todo naufraga
en un simple
epitafio.
Todo
queda en un
sin sentido
que concede
alimento,
en un
viaje donde los fantasmas
se vuelven
frágiles atisbos de
lo que fuimos.
Te
doy versos febriles
donde el tiempo
no pasa,
un sol
habitado por cuervos que derriban toda
esperanza,
peces melancólicos y
solubles que se llueven a
raudales,
una lágrima
de arpegio hondo que se
esconde entre canciones,
un demonio
traslucido envuelto en llamas
un
mar inaudible una página en
blanco
las ruinas
breves de nuestro asombro,
siete plagas que dictan el fin de nuestro mundo.
Natalia
Correa.