levantar el rostro perseguir las llamas
por un cuerpo encendido y vigilante,
que abriga y espera
alforja intempestiva,
es su rabia es su manera.
Descubrir parajes intocables,
evocar en las horas inquietas de la noche
los sutiles licores del lenguaje,
saber que estás y sin embargo,
volver con la tinta entre las manos
sentir que arde el sur y yo aquí
en un lugar sin nombre.
Perseguir todavía el beso siniestro
de los días no, ya no.
evocar su dulzura pero también su crueldad
notas frescas, delirio a tientas, asfíxiame.
Quehacer eléctrico entre las sombras,
celeste retorno ante la frontera,
evocación que habita
las presencias fugitivas,
memoria y pensamientos de madera.
Pálido relámpago incrustado en piel
como lámpara maravillosa,
el amor siempre habrá de desfallecer
en un inquieto sueño,
siendo profesor tan sombrío
sus pies como prismas
hervirán las palabras.
Como la muerte
la evocación se plantó con fuerza,
y entonces la poesía se hizo grande,
como un semillero, mirando al cielo
justo antes de caer.
Sed brillante que contiene a los navíos
y preserva sus cenizas,
voz a la intemperie
que despide desnudez,
trizas cargadas de luz
esperando no volver.
Natalia Correa.

Ilustración: Chuyasso