ya que el día los ciega como funesta centella,
tampoco las astillas de la piel enraizadas en la tierra,
no te verán muerta en las profundidades,
como epitafio marino o fosa mojada,
bajo la luz acróbata, que se extingue con una mirada.
Menos, la soledad muriendo en las páginas de un libro,
es así como las distancias estarán siempre contigo,
porque el dolor se traslada al mundo,
esto ya no es espejismo,
la lágrima esconde a la marea,
de aquel mar hecho frontera,
que tan sólo nos bordea,
conociendo ese abismo.
¡Justicia, Justicia! salvaje palabra,
que resuena constante ante la jauría,
calaveras ajenas hechas de gargantas
Lienzo húmedo que pierde lo que tenía,
mientras la esperanza así se levanta,
sin saber que en este país todo te desarma,
por eso no hay amuleto que evite la sangre,
ni voz que se calle, ni voz que se calle.
por aquella sonrisa entrañable.
Borde, filo, formas humanas desgarradas,
muriendo con furia, cayendo en la trampa,
infinito hueco, profundo silencio,
entonces te pierdo por motivos oscuros,
en situaciones de miedo, luego nada …
esa nada tan delirante, como atroz,
siguiendo los pasos, cobijando al tiempo
¡No tengo palabras! que entiendan lo veloz
que flota tan nítido momento.
Porque la violencia es un símbolo,
un síntoma, una pregunta,
por eso detente dentro la palabra salvaje.
¡Justicia, Justicia!
salado y suave universo,
de carne, hecho ironía,
que siente todas las entrañas
antes de morir de miedo,
como islas solitarias.
Existe un aroma fugitivo,
llamando a la poesía,
palabras de paz combinadas con agonías,
labios en grito, esperando día a día
a que la muerte no les arranque más la vida.
Natalia Correa.
